
Dagoberto Osobio, el último trovador de la quebrada
Atahualpa Yupanqui
La Quebrada de Humahuaca es quizá la presencia geográfica más ejemplar de nuestra tierra.
Ejemplar, porque pareciera enseñarle al hombre el camino para definir su arquitectura
espiritual como argentino y como criollo.
Tiene pasado. Pasado indígena, cobrizo, el sonoro silencio del cántaro, tan antiguo y tan lleno
de frescores. Tiene una historia de hechos que cumplieron anhelos de Patria. Tiene la otra
historia: la de todos los días, la de los caminos que llevan al salar, o a las vicuñas, o a las
minas, o al alto valle, o a la Puna, abierta y estaqueada como la esperanza del indio.
De esos pagos era Dagoberto Osorio, el último trovador de la Quebrada. Me parece verlo,
cruzando las calles de aquella Maimará de hace veinte años, montado en su oscuro, de
sobreaso, con las alforjas coloreando, y sus breves espuelas de plata ritmando la marcha, en
esas mañanas claras del mayo quebradeño.
Pasaba Dagoberto Osorio, cuarenta años, alto, delgado y fuerte, con un perfil aguileño y una
mirada firme y cordial a la vez. Guitarrista y cantor, dotado de una hermosa voz, Osorio ha
recorrido las aldeas y villas de la Quebrada, desde Yala, Volcán, Tumbaya, Purmamarca,
Malmará, Huichairas, Tilcara, Juella, Huacalera.
Las fincas viejas, las estancias del Cerro Moreno, de Ocloyas y Huaira-Huasi; las lejanías de
Coxtaca y Abra de Cóndores; en todos los ranchos kollas; en todas las ventanas de los pueblos
anidó su voz de cantor criollo, dejando coplas y sueños, sentencias y amores, palabras para el
retorno y para el adiós.
Osorio tenía una modalidad particular: nunca fue hombre de grupo, ni cantor por «mingao» o
por encargo. Era, como se dice allá, un poco «empacao». Dagoberto Osorio pasaba por
Tilcara, o Maimará, o Tumbaya, a caballo, cubierto con un gran poncho, o una capa azul,
debajo de la cual portaba su guitarra. «De a caballo» se acercaba a la ventana de la gente
amiga, bajo la madrugada que encendía en el cielo las mejores candelas para el rito y «de a
caballo» nomás, golpeaba llamando la atención y soltaba su canto emocionado, su zamba, su
baguala, su trova galana. Y sin esperar la palabra de gratitud, movía riendas y tocaba espuelas,
partiendo al sobrepaso.
Cuando las gentes salían para hablarlo, Osorio estaba lejos, más allá de los álamos y los
molles; estaba ya queriendo arrimarse a las arenas bermejas del Río Grande, como quien gana
los campos para lavar una pena, o esconder una emoción en el misterio de los caminos de
piedra.
Los quebradeños con años, y con paisaje, lo recuerdan aún. Una criolla, «la de endeveras»,
como él decía, mantiene el recuerdo, firme como el airampo fiel a la montaña.
Y nosotros, cada vez que cruzamos esa leyenda multicolor que dicta tantas cosas y que se
llama Quebrada de Humahuaca, creemos ver, andando a la par de las acequias, con su guitarra
y su copla, y su saludo cálido, a Dagoberto Osorio, el último trovador de la Quebrada …