El clavel del aire blanco

El clavel del aire blanco
León Benarós

El clavel del aire blanco
Es suspiro detenido,
Que en el aire se hace flor
Con el perfume más fino.
Que en el aire se hace flor
Con el perfume más fino.

¡Ay, amor! ¡Ay, amor!
La flor en la niña
La niña en la flor.

Del clavel del aire blanco
Nadie ofenda su blancura,
Porque tiene el parecer
De la inocencia más pura.
Porque tiene el parecer
De la inocencia más pura.

¡Ay, amor! ¡Ay, amor!
La flor en la niña
La niña en la flor.

Flores argentinas
Ciclo de canciones
Carlos Guastavino / León Benarós

“Creado en 1969 en colaboración con León Benarós, este grupo de canciones cuyos textos describen las distintas especies botánicas de nuestro país fue concebido simultáneamente por ambos artistas. A diferencia de lo habitual que es que la composición musical surja a partir de un texto literario producido previamente, los autores pensaron “al unisono”, en realizar un nuevo aporte al repertorio escolar que tuviera valor didáctico. El ciclo por su factura y características generales , posee condiciones favorables para su aplicación a la enseñanza y además incluye obras que varios investigadores insisten en destacar como páginas muy remarcables dentro del repertorio de cámara argentino.

La unidad del conjunto es notable en su significación y coherencia internas, tanto literaria como musical. Si bien hay una continuidad dada por el tema central _ las diferentes especies de flores típicas de Argentina _ , no hay un intento de organizar las ideas motívicas de manera recurrente a lo largo del ciclo, sino que el mismo admite también la posibilidad de ser fraccionado, de una o dos canciones, funcionando eficazmente en forma individual.

Las doce canciones fueron trabajadas por los autores en un lapso breve _ entre el 9 de octubre y el 18 de noviembre de 19691 _y publicadas en Buenos Aires al año siguiente por la editorial Lagos, adquiriendo notable validación en la última década del siglo XX a partir de su difusión significativa en diversas latitudes, tanto mediante el concierto como por la industria discográfica internacional.[…]

Otros rasgos que hay que mencionar son el estilo silábico permanente de estas canciones y el rol armónico tan solo de soporte que se le asigna al piano. Jonathan Kulp lo atribuya también a la actitud humilde de Guastavino, casi de reverencia para con el texto literario2.

De mi parte, prefiero simplemente entroncarlo con el acuerdo original entre ambos autores: crearían un ciclo didáctico, ésa era la consigna. De ahí, la búsqueda innegable por lograr una correcta acentuación de las palabras y una total claridad en la declamación.[…]

Un tópico a destacar es la presencia de rasgos del folklore musical argentino, presentes sobre todo mediante el recurso de ritmos típicos.

Guastavino intenta de esta manera ambientar cada canción en la región de la cual procede la flor descripta. Cortadera, plumerito, por caso, permite una clara localización en la provincia de Buenos Aires y la zona pampeana, a través de la referencia a la milonga campera, citada en el acompañamiento que simula el punteo propio de la guitarra en tempo rubato. Las flores del Macachín presenta también la rítmica binaria de la milonga. Aromito, flor de tusca responde a un ritmo vivaz que bien puede parecerse a la chacarera y/o al malambo. La flor de aguapé y Ceibo, ceibo zuiñandí3, ambas descriptivas de la región litoraleña, pueden responder al ritmo del estilo, por su típico patrón en compás ternario.

Con referencia a la circulación, una observación atinada podría ser el análisis de las dedicatorias de cada una de las canciones. Guastavino ofreció este conjunto de obras a diferentes profesoras, colegas de los conservatorios donde él trabajaba. Podría inferirse por este hecho que su intención habría sido, como en otros casos, valerse simplemente de la mediación de las pedagogas para que las obras circularan en el ámbito escolar, sea de manera directa o por vía de sus discípulos o colegas.[…]

Flores argentinas, que en su origen constituyeron una obra con fines didácticos o escolares producidas para el medio local, han circulado en realidad más en el terreno de la canción de cámara por la influencia de los intérpretes que intervinieron, conformando más que nunca con las perspectivas actuales, una obra abierta.”

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1- Así figura en las fechas consignadas al final de cada partitura, dato brindado por el autor a la editorial.

2- Kulp acertadamente considera que estas canciones constituyen “la perfecta concreción de una filosofía artística” y que demuestran que Guastavino entiende la poesía, tratando de ser “fiel a la intención y al espíritu que emana del texto” y mostrando “un respeto profundo por él”. (Kulp, J. Carlos Guastavino. A Study…, p. 244-245).

3- No debe olvidarse que el ceibo es considerada la flor nacional argentina.

Texto extraído de La obra musical de Carlos Guastavino -Circulación, recepción, mediaciones– Silvina Luz Mansilla.

Comprenden este ciclo las siguientes canciones:

1. Cortadera, plumerito 
2. El clavel del aire blanco
3. Campanilla, ¿a dónde vas? 
4. El vinagrillo morado
5. ¡Qué linda la madreselva! 
6. Las flores del macachín 

7. Las achiras coloradas
8. Jazmín del país;¡qué lindo! 
9. Aromito, flor de tusca…. 
10. La flor del aguapé 
11. Ay, aljaba, flor de chilco
12. Ceibo, ceibo, zuiñandí 

El clavel del aire blanco

El clavel del aire es una maleza originaria de sur de Brasil, Paraguay, Bolivia, Uruguay, norte y centro de Argentina. Crece naturalmente sobre otras plantas, sin ser parásito, utilizándolas como soporte para lograr alcanzar la luz del sol. Colectan el agua y los nutrientes del ambiente contenidos en el polvo, la materia depositada por insectos y los restos de otras plantas.

Leyenda del clavel del aire

 

En los años de la conquista española en suelos americanos, vivía una joven muchacha llamada Shulca (palabra quechua que significa «último de los hermanos»), nacida en el seno de una familia numerosa.

Ella y su familia habían crecido en el valle y se dedicaban al trabajo de la tierra: la alfarería, el cultivo de vegetales y las labores pastoriles.

Una mañana, mientras regresaba a su casa cargando un atado de ramas secas, se topó con una columna del ejército realista, que salía del pueblo.

Su belleza no pasó desapercibida para los militares. Pero un oficial en particular quedó prendado de la muchacha.

Tan pronto el oficial regresó de la misión, se dirigió al poblado para buscarla, haciendo todo tipo de preguntas y averiguaciones, sin obtener resultado alguno.

A la mañana siguiente, volvió al sitio donde la había visto y la encontró recolectando hierbas y leña. De inmediato intentó entablar una conversación amable con la muchacha, pero por respuesta sólo obtenía silencio y distancia. 

Ante las reiteradas negativas al galanteo, el oficial herido en su orgullo, quiso poseerla por la fuerza. Shulca se libró de los fuertes brazos que intentaban someterla y comenzó a correr, hasta que llegó al pie de un gran algarrobo. Sin dudarlo y empujada por la desesperación y el miedo, comenzó a trepar el árbol, intentando poner distancia con el militar, que furiosamente se había encaramado tras de ella.

El hombre, viendo que no podría continuar por la fragilidad de las ramas, intentó convencerla, pidiéndole amablemente que bajara, bajo promesa de no hacerle daño. Pero Shulca se negaba a aceptar su palabra de caballero. El oficial, empujado por la ira, le arrojó una daga, que le dio certeramente en el pecho.

El cuerpo de la muchacha se precipitó al vacío, arrastrando al oficial español, que murió tras la caída.

Unas gotas de sangre de Shulca salpicaron el tronco del árbol, de donde nació una planta desconocida y bella, libre de ataduras a la tierra y al cielo, el Clavel del Aire. Ésta se convirtió desde entonces en símbolo de libertad, pureza e inocencia.

Ilustración inspirada en El clavel del aire blanco.
Autor: Angélica Pardo

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