Conversaciones

León Benarós, un artista integral

León Benarós: poeta, pintor, crítico de arte, abogado…

Nació en Villa Mercedes, provincia de San Luis, en 1915, y hasta el día de hoy continúa dedicándose a diversas actividades de las que dará cuenta en la siguiente conversación.

Su poesía se ha desarrollado en dos sentidos bien diferenciados: uno de tono lírico existencial, como el de El rostro inmarcesible (1944) y las Memorias ardientes (1970); otro de tono más popular, como el de los Romances de la tierra (19509, Romances paisano (1973), y su Romancero criollo (1978).

En prosa ha publicado, entre otros, Libro de vacaciones (1980) y Mirador de Buenos Aires (1994). Además es autor de la letra de decenas de canciones de cámara y populares, actividad sobre la que se extenderá particularmente en nuestro diálogo.

Gramma: Usted es abogado. ¿Cómo empezó su pasión por la literatura?

Benarós: Mi hermano mayor era poeta. Te voy a explicar cómo fue el asunto: mi padre murió joven y entonces mi hermano debió dedicarse al comercio a pesar de él. A los veinte años ya tuvo que hacerse responsable de los negocios familiares en distintos lugares. Donde llegaba se conectaba con sociedades como la italiana o la española y hacía recitales, obras de teatro… Ya mayor, luego de una operación, un día, yo le dije: “Todos esos poemas tuyos que vos publicabas en Olavarría, Tandil, ¿vos los tenés? “Ah, son cosas de otro tiempo, me contestó. Finalmente me los dio y yo le edité un libro con sus poemas titulado, precisamente De otro tiempo. ¡Se le fueron todas las “nanas que tenía! Le hizo muy bien porque se reencontró con lo que era él en realidad. Yo empecé a formarme con su biblioteca, Me acuerdo de que uno de los primeros libros que lié se llamaba Mil novecientos veintidós, de Fernández Moreno, y que uno de los poetas que más me inspiró fue Baudelaire.

G: Su pasión por la pintura, ¿comenzó al mismo tiempo que su pasión por la literatura?

B: en realidad comenzó antes. Me gustaba mucho pintar e hice mucha crítica de arte. Tuve la suerte de conocer grandes pintores como Victorica, Spilinbergo, Daneri… Publiqué varios artículos de crítica en El Hogar. Además di conferencias sobre pintura argentina en parís, Madrid, Bogotá, Caracas, Lima y La Paz. Oro pintor con quien tuve una linda amistad es Quinquela Martín. Esperá que te voy a mostrar algo. (Se levanta y, luego de unos minutos, vuelve con una fotografía enmarcada). Acá estoy yo con Quinquela. Era una hombre de una enorme generosidad.

G: ¿De dónde surge su interés por los motivos gauchescos? ¿Vivió en el campo?

B: Yo hice vida rural. Cuando mi padre murió nos trasladamos a un campo de unos parientes en Mendoza. Una casa impresionante, con catorce habitaciones. Venía gente del pueblo y se armaban unas guitarreadas bárbaras. Teníamos un horno permanentemente prendido con jarilla donde hacíamos pan. Los jueves venían “nuestros pobres” a llevarse bolsas de pan horneada. Recuerdo que venía siempre una hombre medio borracho y mi madre le decía “Che, pero usted siempre tomado…”. Y él respondía; “Y bueno, señora. Es el destino de la pobre criatura”. Y así lo apodábamos “el destino de la pobre criatura”. Tuve mucho contacto con gente de campo y esto después influyó en mi obra. La cosa folclórica la viví antes de escribirla. Pasé parte de mi infancia en una casa (una gran quinta donde ahora hay una farmacia) en Lomas de Zamora. Yo tenía cierta habilidad artesanal y en los fondos del lugar había un corralón con una herrería. Cuando el herrero se iba yo me instalaba allí y me ponía a trabajar. Hacía cortafierritos, cosas así. También cofres pirata: les ponía hierro y adornos. Teníamos caballos, manejábamos sulkis… una vida bastante rural.

G: ¿Y su contacto con la música? ¿Tocaba la guitarra o algún instrumento?

B: Un hermano mayor tenía un profesor de guitarra que era zurdo y medio bizco. 

Cuando él se iba, yo tomaba la guitarra e intentaba algo (yo también soy zurdo), sacaba una melodía, no gran cosa, pero algo hacía. Tengo guitarra, una flauta dulce, toco el piano un poco de oído…

G: ¿Cómo se vinculó con los músicos con quienes trabajó?

B: A raíz de mi colaboración en la revista Folclore y de un gran folclorista y escritor mendocino, Juan Dragui Lucero, a quien le hice publicar siete libros. Resulta que me trajo unos originales que ya estaban premiados y yo los llevé a una editor que me dijo: “Este libro me ha interesado tanto que le voy a publicar todo lo que este señor me traiga”. Y así fue. Dragui Lucero: un gran escritor, dueño de una escritura muy sabrosa, medio antigua. Y en esa misma revista, Folclore, yo había propuesto dos reportajes a músicos: uno de ellos era Carlos Guastavino. De la revista empezaron a apurarme para entregar las notas porque tenían que cerrar la edición, y entonces lo llamé a Guastavino para explicarle que estaba con el tiempo muy justo y preguntarle si él tenía inconvenientes en acercarse a mi casa para hacer la nota. Vino a cas y me dijo: “Yo tengo su primer libro, El rostro inmarcesibles. ¿Porqué no hace letras de canciones?” Y le mostré una pila de letras que ya tenía escritas. Leyó El sampedrino y me dijo: “Se me ha puesto la carne de gallina. ¿Me permite ponerle música?” Ésa fue la primera colaboración con Guastavino con quien ya tengo 64 obras.

G: Sé que algunas de sus letras las han solicitado del exterior…

B: Bueno, por ejemplo, esta primera composición la han cantado artistas internacionales. Han pedido los derechos desde Chile, Méjico, Países Bajos, Japón… Y Flores argentinas se hizo hasta en Eslovenia.

G: ¿Cómo surgió el cancionero sobre Chacho Peñaloza (Vida y muerte del caudillo)?

B: Ese LP lo hice con Jorge Cafrune. El Chacho, como caudillo, era una figura atípica: no tenía la prepotencia que, por ejemplo, caracterizaba a Quiroga. Es una figura que siempre me interesó. En Cosquín, le comenté a Hernán Figueroa reyes que quería hacer algo sobre el Chacho. También hablé con Cafrune y él me dijo estar identificado con el caudillo. Primero escribí todas las letras y después busqué los músicos más adecuados. Por ejemplo: para una chacarera, músicos santiagueños; una zamba, tucumanos. El director artístico fue Figueroa Reyes, quien se interesó en el asunto y era asesor en Columbia. El director general era un inglés que no entendía mucho de lo que estábamos haciendo, pero nos dejó hacer. Y cuando lo escuchó quedó encantado. Había pensado que era una cosa de catálogo, sin gran valor artístico… Se vendieron 30.000 discos en menos de seis meses. Ése mismo director luego me pidió una composición porque se acercaba la celebración de la Independencia y el tiempo que tenía era de una mes (yo había tardado seis con el trabajo sobre Chacho). Llamé a varios músicos y, confiados, nos propusimos hacerlo en ese lapso. Improvisábamos mucho y de pronto aparecía algo que nos gustaba y lo desarrollábamos. Así creamos La Independencia, con Cafrune.

G: ¿Y La tempranera, una de las zambas que logró mayor difusión al ser grabada por Mercedes Sosa?

B: Ésa fue una de las tantas que hice con Guastavino. Ahí menciono a Monteros, y es porque mi padre, que vino al país muy joven, antes de casarse se radicó precisamente en Monteros, provincia de Tucumán. Lo curioso del asunto es que La tempranera allí es algo así como un himno. Tienen una orquesta que sale a dar conciertos y siempre empieza con esa zamba.

G: Además compuso letras de tango…

B: Cierto. Un día me llamó Ben Molar, una gran productor, y me dijo: “Lo llamo porque Borges me dice que usted no puede faltar en un disco que estoy haciendo”. Para mí fue un honor y entonces me pidió letra para, luego él ponerle músico. Yo le repliqué que de esa manera iba a tener dos obras en lugar de una; yo necesitaba entenderme con el músico. Entonces me contactó con Mariano Mores y le propuse hacer algo “campero”. Pero, apremiados por el tiempo de espera, Mores dijo que tenía un tango hecho y me preguntó si quería ponerle letra. Así nació Oro y gris.

G: ¿su relación con la música también se daba desde el baile?

B: Sí, yo bailaba tango. Iba a las milongas, por ejemplo al salón de La Argentina y además a las peñas folclóricas. Hoy en día voy a veces a La ideal. Me gusta mucho el contacto con la gente y siempre he frecuentado los cafés, especialmente El Tortoni, El café de los angelitos…

G: ¿El café le resulta propicio para escribir?

B: No particularmente. En general escribo en casa y a mano. Y después lo hago pasar a máquina. Cuando escribo a mano siento una mayor intimidad con lo que estoy haciendo.

G: En muchos artículos que hablan sobre su obra se suele citar a Pablo Neruda: “León Benarós le dio al romance su verdadera magnitud, alcanzando un nivel que ni el mismísimo García Lorca ha tratado de profundizar” (león repite estas palabras de memoria al mismo tiempo que las pronuncio). ¿Conoció a Neruda?

B: Yo tuve una gran amistad con Neruda. Cuando venía a Buenos Aires me invitaba, por lo general, a una cantina que se llamaba La Zi Teresa, ahí en la calle Las Heras. Él me publicó en Chile, en La gaceta de Chile. Mujica Láinez también tuvo palabras muy elogiosas para mi Romancero criollo: “Es mucho lo que he revivido y lo que he aprendido leyendo su libro”, me escribió una vez.

G: ¿Cuál es el género que más disfruta? ¿La poesía, las letras de canciones, la prosa…?

B: Lo que más me satisface es pintar. El colo… son cosas vitales. El cuadro te dicta. Empieza con una mancha a partir de la cual encontrás una forma. Por supuesto que también enormemente de la escritura, pero hay una satisfacción visual muy peculiar que me da la pintura. Mirá esto, por ejemplo (toma una de de las tantas tarjetas con pinturas originales suyas, todas con el mismo motivo, que están desparramadas sobre la mesa del comedor). Yo pinto mis propias tarjetas de felicitaciones para fin de año. Todos originales. (Y entonces comienza a describirme los juegos de colores sobre el papel). Me gusta enviárselas a toda aquella gente que ha sido muy gentil conmigo.

G: Colaboró durante varios años como secretario de redacción de la revista Proa, pero participó también en otras publicaciones…

B: Bueno, justamente hoy a la tarde voy a asistir a un homenaje por los cuarenta años de la revista Todo es historia, en la cual empecé a colaborar desde el primer número. Mi sección se llama El desván de Clío, donde escribo cosas muy curiosas. Sigo escribiendo hasta el día de hoy. Y siempre me ha gustado publicar en mi sección artículos enfocados desde el humor.

G: ¿Cómo describiría su proceso creativo? ¿ Se inclina más por la línea de la inspiración o por la del oficio?

B: Hay escritores que se imponen una rutina de escritura en la que se sientan en un determinado horario a escribir. Para mí no es tan así. Uno tiene que sentir que algo aparece, eso que llaman inspiración, y luego darle forma. Y es fundamental el proceso de corrección de los textos. Mariano Mores dice que Discépolo tardaba a veces dos años en entregarle una letra.

G: ¿En qué aspecto del lenguaje pone mayor atención durante el proceso creativo y de corrección? La música de las palabras, la rima… quizás haya determinadas palabras que nunca usaría en un poema…

B: Si, totalmente, hay ciertas palabras que descarto de manera automática. Yo soy medio payador, puedo mantener una payada porque tengo la facultad de la improvisación. Pongo atención a la rima y a los juegos de palabras. Fui uno de los fundadores de la Academia del Lunfardo. Propuse un lema: El pueblo agranda el idioma. Y además recurro mucho al humor. Siempre le mando versos cómicos a Cora Cané, con quien tengo una linda amistad, y ella se divierte mucho.

También yo me divertí al hacer esta entrevista porque, si hay algo que León Benarós conserva intacto es su sentido del humor. Quizás sea lo que lo ha ayudado a seguir, hasta el día de hoy, involucrado en muchas y diversas actividades (está traduciendo la Divina Comedia por placer personal y sin ser experto en la lengua italiana). Porque, como bien señaló al finalizar la entrevista: “la vida es una milonga y hay que saber bailarla”.

Mariel Benarós.
Texto extraído de Revista Gramma, numero 45, julio de 2008. Universidad del Salvador. Facultad de Filosofía y Letras.

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